La doble vara de EE.UU.

Hay que recortdar la “Doctrina Kirkpatrick” y por qué sigue importando a más de 40 años de su aparición.

04/04/2024 redacción Tinku Comunicaciones redacción Tinku Comunicaciones
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Jeane Kirkpatrick

Corría el año 1979, cuando una por entonces prácticamente total desconocida llamada Jeane Kirkpatrick publicaba un artículo en la revista Commentary Magazine, que influenciaría (o sinceraría, como quiera verse), la política exterior estadounidense. En él, su autora, una activista del Partido Demócrata, mostraba su desilusión con la manera en que el entonces presidente y compañero de partido suyo, Jimmy Carter, manejaba las relaciones de Washington con el resto del mundo.

En un cómico giro del destino, el texto de Kirkpatrick se tituló “dictaduras y dobles estándares”, lo que no deja de resultar pintoresco, ya que precisamente lo que su autora criticaba es lo que terminó apoyando, pero en el sentido contrario. En su artículo, Kirkpatrick se lamenta de que el Ejecutivo de Carter no era igual de duro con los gobiernos comunistas que con los gobiernos de ultraderecha, lo que para ella era moral y políticamente incorrecto.

Según su enfoque, había que saber distinguir entre regímenes que llamaba totalitarios (principalmente el soviético y aliados) y regímenes autoritarios (como por ejemplo el de Videla en Argentina o el de Pinochet en Chile). Según Kirkpatrick, los gobiernos 'totalitarios' cierran radicalmente el camino a la democracia mientras que, de alguna forma, los gobiernos 'autoritarios' impiden la llegada al poder de gobiernos totalitarios, lo que termina allanando el camino a la llegada de las democracias. Las dictaduras ‘buenas’ (o regímenes autoritarios, en el vocabulario ‘kirkpatriano’), al contrario que las dictaduras malas (regímenes totalitarios, a decir de Kirkpatrick), no buscarían controlar ni lavar el pensamiento de la ciudadanía mediante espionaje o reeducación.

Desde este punto de vista, los gobiernos autoritarios solo debían entenderse como una especie de poderes transitorios que, después de acabar con las aspiraciones de grupos políticos con aspiraciones totalitarias, darían paso a auténticas democracias. Así, el asesinato de un manifestante desarmado o la desaparición forzosa de un opositor pacífico dejaba de ser algo objetivamente 'malo', sino que pasaba a convertirse en censurable o justificable, dependiendo de qué régimen lo hiciera: uno totalitario o uno autoritario. Washington debía condenar los ataques a los DD.HH. llevados a cabo por sus rivales geopolíticos, pero mostrarse tolerante cuando los llevaban a cabo sus aliados, porque los primeros eran enemigos eternos de la democracia y los segundos enemigos ‘circunstanciales’ o, dicho de otra forma, parafraseando una famosa frase atribuida a Groucho Marx: “no me gustan tus dobles estándares, por eso tengo estos otros”

El texto tuvo un gran impacto en Ronald Reagan, por entonces candidato republicano a la presidencia, que invitó a la autora del texto a unirse a su equipo de asesores en política exterior. Aunque Kirkpatrick le aclaró que ella era miembro del Partido Demócrata, el actor devenido en político le replicó que él también había pasado de un partido al otro sin mayor escarnio público. Y parece que el ‘argumento’ funcionó porque, finalmente, la autora aceptó ser asesora del Partido Republicano para esa elección presidencial, pero sin desafiliarse del Partido Demócrata, rival para más señas en esa votación. Y es que una vez que le agarras el gusto a los dobles estándares es difícil salirse.

La aplicación de la ‘doctrina Kirkpatrick’ comenzó poco después de su publicación, cuando Reagan ganó la presidencia en 1981 y siguió profundizándose más todavía en 1984, cuando el presidente resultó reelecto de forma abrumadora. Los años 80, además de una época propicia para la proliferación de horribles bandas de pop, también fue un caldo de cultivo ideal para las ideas de la flamante asesora demócrata del presidente republicano más famoso.

Si desde la Casa Blanca siempre se ha considerado a América Latina como su patio trasero, el ‘reaganismo’ la veía como menos que eso todavía

Además, la región era un hervidero de guerrillas y gobiernos surgidos de ellas, por un lado, y de juntas militares en el poder para impedir lo anterior, por el otro. Justo el ‘laboratorio’ que necesitaba Kirkpatrick para aplicar su ‘fórmula’ y no perdieron tiempo. Así, al mismo tiempo que desde Washington acusaban de dictaduras sangrientas a cualquier país que consideraran cercano a la órbita de Moscú, entre ellos Cuba, apoyaban sin ningún reparo y de manera pública regímenes tan ‘democráticos’ como la Junta militar argentina y la uruguaya, a Pinochet en Chile, a Ríos Montt en Guatemala, a Noriega en Panamá, a Baby Doc Duvalier en Haití, etc. También armaron y financiaron grupos paramilitares con intenciones y accionares tan ‘democráticos’ como los de la Contra en Nicaragua, la UNITA en Angola (aliados del apartheid sudafricano) y hasta los talibanes en Afganistán, con las consecuencias que todos conocemos.

Con el derrumbe del campo socialista y el final del ‘reaganismo’ más puro, se podría pensar que la doctrina Kirkpatrick, habiendo cumplido su rol de aupar las dictaduras ‘buenas’ y terminar con las ‘malas’, pasó al olvido. Sin embargo, la doctrina había llegado para quedarse. Porque con la desaparición del comunismo soviético como principal ogro de la Casa Blanca, no desapareció la necesidad de ogros que alimenta la política exterior estadounidense. Ni mucho menos su necesidad de justificar sus dobles raseros.

Por eso, a más de 40 años de la publicación del artículo y a más de 30 de su época de gloria, la doctrina Kirkpatrick sigue en plena vigencia. Y no solo en el eje ‘guerrafriesco’ de izquierda-derecha. Así, un gobierno islamista como el iraní es señalado de régimen brutal desde EE.UU., mientras otros gobiernos islamistas (que, además de islamistas, al contrario que Irán ni siquiera celebran elecciones) han sido tratados con todo cariño y respeto por Washington Cuando Jeane Kirkpatrick falleció (2006), solo los muy metidos en geopolítica sabían de quién se trataba. Hoy pocos la recuerdan, aunque su legado perviva en casi cada acción en política exterior estadounidense, de manera casi automática. 

Fuente: Ahí le va

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